
I-El primer grito de patria:
El 19 de abril de 1810 no fue solo una fecha. Fue un rugido del alma. Fue la dignidad poniéndose de pie en Caracas. Fue la conciencia de un pueblo que, sin disparar un arma, levantó su voz frente a la opresión colonial. Ese día, el Cabildo de Caracas destituyó al Capitán General Vicente Emparan y convocó a la soberanía popular. El eco de ese grito resonó en los llanos, en las montañas, en el corazón de los libertadores que estaban por nacer.
Luego, el 5 de julio de 1811, ese primer clamor se convirtió en palabra escrita y en acto fundacional. Venezuela declaró su independencia ante el mundo. No por simple deseo de separación, sino por un principio moral: el derecho sagrado de los pueblos a ser libres, a gobernarse, a vivir con dignidad.
II. El sentido de la independencia: dolor y destino
Decir “independencia” no es pronunciar una consigna vacía. Es un acto de memoria, de lucha, de pertenencia. Es mirar al cielo y saber que esa bandera tricolor nacida con sangre, lágrimas y esperanza, no es un símbolo muerto. Es la representación viva de una historia aún inconclusa.
Para nosotros, los hijos del exilio, los nietos de Bolívar y Rodríguez, los hermanos de Bello, independencia significa más que fronteras y escudos. Es la posibilidad de volver a casa con dignidad. Es el anhelo de que nuestros hijos no hereden la errancia sino el arraigo. Que no aprendan primero el idioma de otro país, sino el acento de su tierra.
III. Exilio: la patria que llevamos por dentro
Yo salí de Venezuela con el corazón en la mano y la frente en alto. No huí. Caminé. Mirando hacia adelante, con la esperanza de regresar. Porque no hay dolor más profundo que no poder enterrar a tus muertos en tu suelo. Que no poder mostrarle a tus hijos el árbol de mango donde jugaste de niño, el río donde te bañabas, el mural de tu escuela que aún guarda tu nombre.
Y sin embargo, desde el exilio, seguimos amando. Seguimos luchando. Seguimos creyendo. Porque como escribió el Libertador:
“Moral y luces son nuestras primeras necesidades.”
Desde aquí, con cada palabra que escribo, con cada idea que comparto, intento sembrar una luz. Porque no hay arma más poderosa que la conciencia de un pueblo, ni ejército más invencible que la memoria colectiva.
IV. La traición del 28 de julio de 2024: una herida abierta
Las elecciones del 28 de julio de 2024 debieron ser el comienzo de una nueva era. Pero nos las arrebataron. Como lo hicieron en tantas otras oportunidades. No por incapacidad del pueblo, sino por la traición de quienes, sin alma ni historia, se llaman “venezolanos” pero han conspirado contra nuestra libertad. Ellos, amparados en el poder de las armas, han sometido a una nación desarmada. Pero no han logrado quebrar nuestro espíritu.
Hoy, desde todos los rincones del mundo donde hay un venezolano en pie, se escucha un clamor: ¡basta ya! Que se levante una nueva gesta libertaria. No con violencia, sino con razón. No con odio, sino con justicia. No con venganza, sino con verdad.
V. Legado y esperanza: volver a la raíz:
Andrés Bello escribió:
“Solo la libertad produce hombres grandes.”
Simón Rodríguez enseñó:
“No hay patria sin virtud, ni virtud sin ciudadanos.”
Y Bolívar nos advirtió:
“La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos.”
Es tiempo de escuchar sus voces. De hacerlas carne. De escribir, con nuestras vidas, una nueva página de la independencia venezolana.
VI. El juramento del corazón
Volveremos. A nuestro terruño. A nuestras raíces. A nuestra historia.
Volveremos a reconstruir no solo un país, sino una idea: la de una nación libre, soberana y democrática.
Volveremos, y esta vez, no será para empezar de nuevo, sino para continuar con fuerza la obra de nuestros libertadores.
Porque somos hijos de la independencia.
Y la independencia, como la patria, no se negocia.
Se honra. Se defiende. Se vive.